Amores de una luna que llora el rock de sus alas
- sofizermoglio
- Aug 3
- 3 min read
Un homenaje a la amistad, los recuerdos y los amores que se marcan profundo en el alma.
Hace muchos más años de los que soy capaz de recordar, alguien se cruzó en el camino por el que andaba. Su paso fue casi esporádico, pero dejó colgada en el techo de mi cueva una frase que en ese momento me pareció irrelevante e imprecisa. Estaba escrita en lápiz, y con el tiempo casi se borró por completo.
La curiosidad me llevó a leerla.
Como les digo, la sumatoria de palabras no tenía un sentido real. Ninguna circunstancia de la vida le daba un significado práctico a la oración. Sin embargo, quedó grabada en el sinsentido de mi vida cotidiana.
Una cosa llevó a la otra. En el camino de la vida siguieron apareciendo pasajeros esporádicos: momentos vívidos, particularmente especiales, guardados bajo llave; imágenes de otros no tan buenos, que incluso desearía nunca hubiesen existido.
Pero en la mezcla de sensaciones y circunstancias, escucho algo que se transforma y me atrapa...
De la música a la danza, me descubrí en el movimiento de tu espalda, de tus brazos extendidos al cielo, de tu pelo siempre al viento, de los colores que envolvían tu cuerpo y dejaban estela tras tu paso, siguiendo el ritmo del viento. Había luz en tu mirada, risas que parecían aladas. Eras hada, eras siempre una caricia para el alma.
Cuando tu camino y el mío se encontraron, fue tan breve que creí que había pasado en un sueño; uno de esos lindos en los que aparecen las personas que uno ama. Diez años de distancia nos separan, y aun así continúan los ecos de palabras conversadas, de canciones cantadas a los gritos, de secretos bien guardados, de tu voz llena de vida, de tu mano amiga siempre extendida, de tu existencia con alas.
Amigas que llenan el espacio de miles bastaron para que, con tan solo una mirada, supiera que serías eterna. Inmortal, por lo menos, en mi alma.
La voz apagada de un teléfono me hizo saber que ya no estabas.
De un corazón achicharrado, saltaron lágrimas que inundaron mi cuerpo y llegaron hasta el alma. Maldiciendo la distancia, no hubo consuelo en palabras.
Era el primer día de enero, un nuevo año que comenzaba trayendo la tristeza enjaulada.
Quise correr a abrazarte, quise que me envolvieras con tus alas.
Te rogué que volvieras, que no nos dejaras.
Una luz amarilla brillante marcó el espacio vacío que dejabas y subió hasta el cielo, donde te marchabas. La tierra se tiñó del rojo de tus entrañas.
La luna de rock se sintió opacada, sin tu brillo de vida, sin la luz de tu mirada, sin la alegría a la que nos tenías acostumbradas. Faltaba la energía de tu simple presencia.
Como en una máquina del tiempo, los años volvieron todavía más atrás, y descolgué la frase en lápiz, borroneada por el destino. Esa que, de tanto repetirla, ya la tenía tatuada en el alma. Entendí que había una razón, y recién entonces lo noté. No era la sumatoria de vocales: era una oración que explicaba por qué vos ya no estabas.
"Los buenos mueren primero", decía.
Con las rodillas en el suelo, arrugué el papel entre mis manos y lo apoyé en el pecho. Lloré tu partida, lloré tu ausencia y me aferré al pedazo de vos que aún me quedaba: a las fotos que guardo, a las letras de canciones cantadas que hacen eco y no dejan que tu recuerdo se vaya.
Hoy entendí su verdadero significado y, finalmente, comprendí su verdad.
Aunque sé que vuelas por los aires, maldigo al destino, maldigo no poder seguir escuchando tus palabras. Pero vuelas el vuelo de un hada. Sé que estás en cada letra de un tango que recuerda a una amada.
Amores que marcan el contorno del espíritu que nos da forma; amores de amigas, de hermanas, de hijas, de amadas. Amores de una luna que llora el rock de tus alas.










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