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Tierra Americana

Leí que Stephen King dice que este libro es un perfecto equilibrio entre el terror y el amor.

Yo, que amo los libros de amor y disfruto los libros de terror, imaginé la combinación perfecta. Leí el primer párrafo y supe que no iba a poder dejar de leerlo. Pero maldije mi idea de agarrarlo justo en medio de una pandemia, hubiera preferido leer algo más «light», pero fue imposible abandonar a Luca y Lydia.

Mucha gente cree que decidir venir al norte es un capricho. Cuestionan porque no se quedan en sus países. Cuando una persona decide emprender un viaje a pie, en camión o en La Bestia, ese viaje ni siquiera es una opción. Es elegir entre vivir o morir. Ser un «wetback» no es una elección maravillosa que toman porque no tienen nada mejor que hacer.

Las noticias (o la vida) me puso frente a madres que dejaron atrás sus hijos para poder darles un futuro mejor. Conocí mujeres a las que violaron, golpearon, pero que siguieron adelante porque su razón para seguir era más fuerte que el dolor de su cuerpo y su alma. Hombres que caminaron en el desierto, que se enfrentaron al frío de sus noches, al agobio del sol, a cruzar a nado el Río Grande sin saber nadar. Leer a Cummins me recordó quién era yo cuando no entendía nada del sufrimiento de estas personas.

Ponerse en la piel de «Soledad y Rebeca», dos niñas que se embarcan en la travesía de atravesar un camino cargado de policías corruptos, de narcos, de violadores, de hijos de puta. Y a la vez recordar que en medio de toda esa basura, también hay personas dispuestas a extender la mano. No celebro la generalización de que todos los hombres son malos. No, no todos lo son. Soy madre de dos niños a los que estoy enseñando a amar y respetar y no soy la única mujer que está en esa tarea, ni menos aún la primera en hacerlo.

Ojalá lean Tierra Americana porque él les va a explotar.

El miedo que se percibe cuando leen a King, no se acerca al pánico que se experimenta al leerlo. Porque las historias que narra, son las historias de cientos de inmigrantes que empezaron un día a caminar para salvarse.

En el relato certero y crudo que J. nos presenta le vemos verdaderamente la cara a lo que por lo menos yo más temo: el egoísmo.

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