Este cuento forma parte del libro “Aquella que soy: un libro para leer, interpretar y colorear” de Sofía Zermoglio y Laura Barroetaveña
-Firma y fecha- le escuché decir y casi autómata cumplí con el mandato.
Me dio la sensación de que transcurrieron varios minutos entre que tomara la lapicera y la volviera a dejar. Es que tuve que pensar en escribir mi firma de soltera y no acompañarla más con un apellido ajeno.
Me recosté sobre el respaldo de mi silla, tomé aliento y creo que hasta me salió un suspiro sonoro de alivio.
Extendí la mano a mi abogado mientras escuchaba sus felicitaciones.
No estoy segura si sonreía. Sólo sé que tomé mi cartera y me levanté para perderme tras la puerta.
Era jueves. Me había pedido el día libre en el trabajo. Era casi media mañana, todas las personas a las que me hubiese gustado acudir estaban en sus tareas de oficinas.
Yo estaba literal y físicamente sola.
Llegué a mi casa y no terminé de atravesar la puerta que comencé a sacarme la ropa que traía puesta. Confirmé la temperatura del aire acondicionado y ya en bombacha y remera me tiré en el sofa. Sin pensamientos. Vacía mi mente y mi alma de cualquier sentimiento. Con los ojos fijos en ningún lado.
Había sido fácil, tanto que sólo una firma con lapicera me separaban de los últimos 9 años de mi vida.
No quería indagar en mis sentimientos. Hace tiempo que hacía terapia y había sido gracias a la fuerza adquirida con mi terapista que había sido capaz de cortar las cadenas imaginarias. Cadenas que me ataban al represor en el que se había convertido el hombre al que tanto había amado. Excitación, exaltación, estaba agotada.
Creo que dormité, no lo podría asegurar, pero cerca de las cuatro de la tarde sentí hambre y me di cuenta que no probaba bocado desde la noche anterior.
Fui a la heladera y luego de revolver por un rato, terminé por decidirme a preparar uno de esas bolsas de tallarines con salsa que venden en el Trader Joe’s.
En diez minutos ya estaba sentada en la mesa, sola. Comiendo mis tallarines con apetito voraz. Como que fuera la última y única comida de mi semana. Como que el fin se acercaba. Como entendiendo que la soledad que me acompañaba era la que iba a ser mi compañera tal vez por un tiempo indefinido.
Volvería a ser yo. Este tiempo me daría la oportunidad de reencontrarme conmigo misma. Volvería a permitirme hablar sin cuidarme de sus planteos; sin miedo al ridículo; sin preocuparme por sus susceptibilidades baratas.
Cuando terminé el plato, y reconozco que absorta en mis pensamientos no dejé ni una miga, fue recién ahí cuando se me vino encima un sentimiento de culpa inmenso. Tal vez era por haber comido a semejante velocidad, o por no haberle pedido a alguna de mis amigas que se pidiera el día libre conmigo, o incluso por no levantar el teléfono y contactar a las que sabía que a las cinco terminaban su horario de trabajo y pedirle que me hiciera compañía.
Comencé a llorar.
Allí sentada sola lloré amargamente como no lo había hecho en los últimos meses, o al menos desde que me había enterado de su amorío con su secretaria 15 años más joven. O tal vez era el alivio de sentir que había encontrado la excusa perfecta para borrarlo de un saque de mi vida.
Lloré. Lloré sobre la idea de volver a confiar en alguien y sentía que se me paralizaba el corazón.
Imposible.
Con toda la confianza que había depositado en él y éste mal nacido me había traicionado; ¿cómo iba a ser capaz de confiar en otra persona?.
Lloré. Lloré sobre los años que le había entregado. Con la lealtad que le había guardado. Con la parte de mí que le había permitido que él manipulara. Entendí que el camino en el que acababa de embarcarme, luego de firmar ese papel, iba a ser duro.
En la melange de sentimientos que me sacudían sentí algo realmente que no había sentido nunca. Parecía que mi interior se revolvía y algo desde mis entrañas pedía ser expulsado. Algo ajeno a mi cuerpo subía por mi estómago y atravesaba mi garganta. Algo áspero y fino y grasoso y largo, además de vivo, salía por mi boca. Lo tomé con mis dedos evitando un calambre estomacal que me hiciera vomitar. Lo fui estirando lentamente para que no se partiera a la mitad mientras terminaba de atravesar la garganta.
Era largo y asqueroso.
Las lágrimas me nublaban la vista pero mi sentido de alerta me permitió terminar con la tarea.
Aún con vida entre mis dedos se revolvía tratando de liberarse y yo en mi llanto, no le permitía soltarse.
Ese gusano había estado creciendo dentro mío desde el momento que había descubierto su engaño, y ahora surgía de las entrañas como queriendo darme a entender que estaba siendo liberada; que el parásito en el que se había convertido estaba en mis manos y tenía, de quererlo, el poder de destruirlo para siempre.
Iba a olvidarlo, iba a renacer, esta vez sin un gusano en mi ser que me devorara.
Solté el invertebrado sobre el plato, lo miré absorta entre la duda y la sorpresa. Yacía en el aquel plato blanco intentando encontrar un lugar de escape, tal como lo había visto a mí, desde ahora, ex marido moverse los últimos meses: a ciegas, completamente desorientado.
Tomé el plato, abrí la canilla de la pileta de la cocina y permití que el agua se llevara al ser que me comía por dentro.
Aquel día firmé el divorcio, aquel día me saqué de encima al gusano.
El Gusano pertenece a la serie de cuentos y poesías publicados en el libro “Aquella que soy: Un libro para leer, interpretar y colorear” (Spanish Edition) que se vende en Amazon.
Comments