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Isabel la cubana

Solía verla pasar. ¿Cómo decir que no la miraba, si todos nos dábamos vuelta para verla? Le diría que más que hermosa era exuberante, era pura simpatía. No salgo del asombro. Todos en el edificio estamos conmovidos. Una gran tristeza.


Era hija de inmigrantes cubanos. Cuentan que cuando su madre supo que un niño crecía en su vientre, su marido, no quiso esperar más y junto con otras personas se aventuraron mar adentro en busca de la tierra prometida. Aseguran los que los vieron llegar, que no todos lo lograron, pero entre ellos estaba Doña Fermiña y su vientre prominente. Lo que pasó fue que entre los tiburones, las tormentas y la hambruna, les resultó imposible a todos alcanzar aquel sueño. El verdadero marido fue uno de los que se quedó con el sueño truncado, y ni lerdo ni perezoso, Ladislao ocupó su lugar. ¿Qué esperaban? ¿Qué habría de hacer esa pobre muchachita sola en la Florida, sin dinero ni un marido que la ayudara? Ladislao era un joven respetuoso y bienintencionado. ¡Qué va! Mía la vaca, mío el ternero y se terminó el tema.


“-¡Que mires con disimulo mujer! Vino pa’ llevarse al niño. Te digo que sí, ha venido pa’ eso. Pobrecito, míralo nomás como llora. Sin su madre, sin sus abuelos, llevado a rastras por un padre al que acaba de conocer. Mucho trauma para alguien de su tamaño: padre nuevo, una madre nueva que no debe estar muy contenta de recibirlo, y para colmo, parece que hasta tiene un hermano de sus misma edad tiene.


Tal vez, con viento a favor, algún día llegue a olvidar todo … tal vez nunca recuerde a su verdadera madre y tal vez, esta nueva madre comprenda que el pequeño no tiene culpa alguna y lo trate bien”.


Nosotros la vimos salir esa noche. Y hasta lo comentamos con los muchachos: – ¡Qué hermosa está la Isabel esta noche! Calcule que hasta debimos haber ido a la iglesia a confesar tantas locuras y pensamientos que comentamos. Cosas de viejo nomás…


La buscaron sus amigas. Eran bonitas también, divertidas, parranderas, aunque la presencia de Isabel las opacaba. Es que ella tenía esa cadencia natural al caminar, un brillo especial en la piel transpirada. Olía a caramelo… ¿Que exagero? Disculpe, es que pensarla me entristece.


Saludaron como siempre. Entre ellas hablaban inglés. Es lo que hace la juventud, entre ellos hablan ‘agringados’ y con nosotros, los viejos, en español. Ellos saben que no lo entendemos del todo. Las vimos marcharse en el carro.

Con los muchachos nos quedamos maldiciendo, no tanto la cantidad de años que cargamos en las espaldas, sino la falta de billetes.


Te digo que sí, que eso hace la diferencia. Imagínate: pasar a buscar a esas jovencitas en un convertible, llegar a la puerta de la “boite”, que el portero te permita saltearte la fila, te abra la puerta a ti y tus amigos, mientras le acomodas un billetón en el bolsillo del saco. Esos detalles no pasan desapercibidos. Después comprar tragos sentados en la mesa pegada a la pista de baile desde donde ver cada detalle de lo que pasa, sobre todo el ondular de los cuerpos de las jóvenes al compás de la rumba. ¡Ay Miguel, qué viejos estamos!

Perdón, me dejé llevar por mis ensoñaciones. Isabel, con su pollera corta, remera ajustada, tacones altos y esa cabellera negra que se hamacaba al son de las caderas.

Siempre lucía provocativa, pero daba lo mismo, así se vistiera de monja igual hubiese atraído todas las miradas.


Todos conocían a las tres porque siempre andaban de arriba pa’ bajo juntas. Bonitas, divertidas, parranderas, como pa’ no llamar la atención.

Todo lo que voy a contarle ahorita, es la historia que pude juntar de todos los hechos que llegaron a mis oídos. Por supuesto que no es mi intención salpimentarlos. Pero queda a su criterio y tome lo que mejor le quede.

Esa noche en la “boite”, había un grupo de “gringos”. Raro que eligieran aquel lugar cubano. Querían rumbear a lo grande dicen. Vio que el cubano es desprejuiciado a la hora de divertirse, libre a la hora de mover sus cuerpos, como descocado a la hora de dejar atrás los problemas y darle rienda suelta a las sonrisas. Estos gringos andaban buscando eso. Pero mire como son las cosas, en lugar de molestarse por la extraña presencia, los cubanos se sentían halagados en contar con su visita.


Pero este país no es Cuba acá muchas cosas son distintas. En La Florida respetamos respetamos a estos jodidos. Acá muchas cosas son distintas. Ahora parece que los cubanos les debemos respeto a estos pinches gringos porque reciben a los balseros y les dan hospedaje, les facilitan todo el temita ese de los papeles, nos ofrecen la libertad que en la isla nos cortaron. Hemos dejado de ser un Tocororo para convertirnos en un pinche águila.

“Bachelor de algo” le llaman. Esas parrandas que arman los muchachos antes de casarse. Parece que la futura mujer autoriza una última juerga con los muchachos. Y éste gringo cabrón, se las tomó a pecho. No eran de por aquí nomás, sino de otro estado, creo que de Virginia, si le confirmo le miento. Dicen que porque hace mucho frío, ellos andaban buscando calor caribeño. Beber sin pensar, bailar sin parar y en la medida de lo posible encontrar muchachas bellas, ligeras de ropa y de movimientos precisos, para sentirse en la gloria.

Nadie lo dijo, pero conociéndola, para Isabel no fue un juego. Fue amor a primera vista.


El era rubio, alto, ojos color del mar en Cuba, con los músculos bien formados. Médico dijeron. Como cinco años más que ella. Y sí, tiene que haber sido guapo porque aquel gringo esa noche le robó a Isabel hasta el alma. Dicen que sus ojos se encontraron y sus cuerpos se abalanzaron el uno sobre el otro, parecían imantados. Bailaron apretados hasta bien entrada la noche. El no sabía bailar, pero a ella se la veía gozar mientas lo guiaba. Estaban hechizados. Reían. Cosas del amor que atrapa y cada segundo cuesta más y más desprenderse.

Salieron del lugar embriagados el uno del otro. Abrazados, robándose besos calientes. En un embarcadero se amaron mientras los primeros rayos del sol se alzaban en el horizonte. Incomodos para el sexo, pero a esas alturas uno no tiende a preocuparse demasiado por si el lugar es engorroso o no.

En algún punto apareció Miguel, el cuidador del embarcadero, que fue quien la vio a ella toda desnuda. Se ruborizó al verla. Todo colorado se puso. ¿Vio lo pudoroso que es Don Miguel? Pa’ colmo tuvo que pedirles que se retiraran. Se marcharon a las risas. Al parecer, fueron derechito pal’ hotel. Lorenzo, el conserje, fue el que les dio las llaves de la habitación y asegura que no salieron hasta el lunes por la tarde.


-¿Qué haré contigo? – preguntaba Tim envuelto en las sábanas-.

-Quédate conmigo para siempre, – respondía Isabel, mientras le pedía al oído que volviera a hacerla suyo una vez más-.

Nunca dijo que se casaría con ella. Tampoco le dijo que se casaría en dos semanas con otra. Con la misma novia que tenía desde los comienzos de la universidad. Se olvidó comentarle que hace seis años besaba unos labios grises y que no habían encontrado la forma de revivir el fuego adolescente. Su futura mujer no lo inspiraba, nada de él se despertaba con ella, sin embargo Isabel, aquella hija de inmigrantes cubanos, desnuda en su cama, le había recordado lo maravilloso que puede ser sentirse vivo de nuevo.

Pero ni esa pasión sin control desencadenada podía cambiar su destino. Isabel, no estaba en su futuro. Sus padres, republicanos, tampoco aprobarían una muchacha hija de inmigrantes latinos. Decidió no plantearse escenarios de ningún tipo y siguió adelante con el plan de disfrutar su último fin de semana de soltero.

Aún así no fue sino hasta el final que confesó a Isabel su verdadero nombre: -Tim Bell- dijo. Con una serie de frívolas excusas aquel lunes, se sacó a Isabel de su vida. Pero se prometió a sí mismo, que nunca olvidaría aquellos tres días de amor. Y cierto que no lo haría.

¡Ay cuántas lágrimas mojaron el rostro de Isabel! No sólo por la ausencia de su nuevo amor, sino porque un poco más de un mes mas tarde, descubrió que un retoño crecía en su vientre. En algún momento de su desesperada búsqueda de aquel futuro padre desprevenido; con la esperanza de que aquella noticia se lo trajera de vuelta, Isabel le vio la cara a la noticia de que su joven amor, estaba en las Islas Cayman de “honeymoon” como le dicen. Su mundo se vino abajo y recién logró recuperarse el día que nació su pequeño.


Con la ayuda de sus padres, con el amor inmenso de aquel niño, lograron salir adelante. Aquella familia disfuncional comenzó a funcionar y a echar raíces. El niño creció rodeado de amor. Sin necesidades. Aquella familia logró vencer las habladurías, Isabel volvió a sus clases de enfermería. Ya no hubo tiempo para parrandas, había dejado de ser una joven para convertirse en madre. Pero no había dejado de ser hermosa.

Todo parecía ir sobre rieles pero temas de salud de sus padres complicaron la economía del hogar.Pobre muchacha, ahí fue cuando debió de pedirle ayuda al estado. Ese fue su fin, eso es porque se le fue la parte cubana y actuó como “agringada», diciendo la pura verdad.

No tendría que haber dicho que conocía al padre de su pequeño, ni que sabía donde trabajaba, mucho menos su nombre. No debió de decir nada de eso. Los dolores de cabeza que se hubiese ahorrado. Tal vez le ganó la vergüenza. Ya sabe como son de orgullosas las mujeres, y mucho mas las mujeres cubanas. En el fondo ella sabía que no era una cualquiera.


Tim Bell estaba en el hospital cuando recibió el llamado del Servicio Social de Florida.

Cuando un niño necesita ayuda del estado, el estado se lo brinda, pero en este caso, sus archivos indicaban que el padre era un prominente médico, al que no le faltaba nada, o mejor dicho, al que le sobraban un par de ceros en su cuenta bancaria. El estado no pagaría por nada del niño si su propio padre podía hacerlo.

Blanco como el papel se le puso la cara cuando se enteró de la noticia, bueno, eso digo yo que tiene que haber sucedido. Imagínese enterarse que de aquel romance fugaz había nacido una criatura y él no estaba al tanto.

Pero sé que estoy en lo cierto, podría hasta jurar que aquellas noches aún las recuerda vívidamente. ¿Cuántas veces le habrá hecho el amor a su mujer pensando en Isabel? Incontables.

El hombre exigió un ADN y advirtió que de ser real esta noticia, pediría la tenencia del pequeño dado que su madre no era capaz de mantenerlo.


Isabel no tardó en darse cuenta el error que había cometido. En cuanto el abogado de Tim situación se puso en contacto con Isabel, ella sintió que había perdido una batalla. No obstante, no dejó de pelear. Se presentó en el Servicio Social para volver atrás el pedido de ayuda. En vano se contactó con todas las entidades de derechos de familia, de la mujer sola y toda la mar en coche, esas que suenan muy bonitas y loables, pero a la hora de servir para algo no sirven pa’ un carajo. Y volvió a esconder la cabeza en la almohada y llorar océanos. El recuerdo de aquel hombre volvía para llevarse lo mejor que la vida le había dado. Maldijo el momento en el que entre las sábanas le había dicho su verdadero nombre. Ojalá se lo hubiese llevado con él y su bolsa de mentiras.

Isabel lo llamó varias veces al hospital, pero cortaba al escuchar su voz sin darle la oportunidad a hablar. Aquel recuerdo de días hermosos se transformaron de la noche a la mañana en su peor pesadilla. Finalmente le llegó la notificación que la tenencia completa era de su padre con la fecha en la que llegaría a buscarlo. Isabel y sus padres estaban destrozados. El chiquillo nunca supo que se acercaba un adiós.

Lo más puro, lo más real, su pequeño hijo…


Aquel insensible no solo le había mentido y ocultado su matrimonio sino que ni siquiera por respeto era capaz de desaparecer y dejarlos en paz.

Gracias a Dios tampoco he sido testigo sino que por lo que me contaron los muchachos.

El domingo fue un día fatal. Desde las siete que madrugué, no podía mantenerme en pie. Sentía el aire pesado, como cargado. Mala vibra, ¿vio? Esa cosa angustiosa que uno tiene en el pecho y no sabe bien porqué. Traté de mantenerme horizontal pensando que era la presión y el calor. Gracias a Dios tampoco he sido testigo sino que por lo que me contaron los muchachos.

Isabel se quedó para hacer dormir la siesta al pequeño. Cuando se durmió, tomó el teléfono y llamó a sus padres para despedirse. Es que ellos se habían cruzado hasta la playa, justo ésta aquí enfrente. Al recibir el llamado su padre comenzó la desenfrenada carrera, mientras que su madre del otro lado de la línea intentaba calmarla y darle esperanzas. Imagínese, decirle a su propia hija que la muerte no es la salida.


Figúrese que el pobre de Ladislao llegó a verla allí parada, en la baranda del piso dieciséis. Entendí entonces porqué no se podía ni respirar, era la angustia de Isabel que todo lo estaba invadiendo. Así como contagiaba felicidad al verla, lleno el domingo de angustia porque se estaba despidiendo. Ni el aire pesado logró sostenerla en su caída.

Ese mismísimo es él. ¡Discreción mujer! Ese se robó un poco de cada uno de los que disfrutábamos de su olor a caramelo. Mire esos abuelos despidiendo al niño. ¿Dónde creerá que está su madre? Duelen esos viejos despidiendo a su nieto quien sabe hasta cuando y a su propia hija pa’ siempre.

Cosas de la vida, ¿vio? Supongo que no quiso soportar la mirada cargada de reproches: fracaso le llaman algunos, yo creo que la cosa es mucho más simple.

Isabel no pudo soportar perder a ese niño de esa forma. Le temió fuerte a la ausencia de ese niño llamándola a los gritos por los pasillos: mamá.


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