Nadie tiene comprada la felicidad. Ni siquiera vistiéndose de blanco y llegando al altar del brazo del padre que, con lágrimas de orgullo paternal, entrega a la virginal doncella en brazos de su amado con quien vivirá feliz el resto de su vida.
Solteras...
A veces es complicado recordar lo difícil que está el mercado de los “solos y solas”.
¿Tienes una amiga soltera? Todas tenemos “esa” amiga soltera. Y escuchamos sus quejas moviendo la cabeza, asintiendo, como dando a entender que comprendemos lo que están sintiendo. Esa es una imagen típica en una charla de mujeres, o de conversaciones grupales por whatsapp.
Es indudable que desde el corazón estamos con ellas, pero hay que salirse un poco del libreto que nos pone a recitar: “sé perfectamente lo que me estás contando”, porque la realidad demuestra que estamos equivocadas: ¡ya no sabemos lo que están pasando! porque no estamos (más) en ese lugar.
Sería bueno que las que tenemos amigas solteras, nos solidarizáramos. Propongo escribir en notitas mentales: “Tengo que bajar a la tierra. Mi amiga soltera me necesita.” Es importante tener cuidado con la selección de palabrerío barato listo para ser volcado en situaciones en las que no sabemos qué decir, como por ejemplo:
1- “Tranquila, ya va a llegar”.
2 - “No llores, no merece la pena”.
3 - “Es tanto más divertido estar sola. ¡Toda la casa para vos sola!”, mientras le cuentas que estás planeando vacaciones en Puerto Rico en pareja.
4 - “¿Ya tiene novia nueva?. Es un tonto, te mereces alguien muchísimo mejor”
5 -¿Sabes la cantidad de buenos tipos que hay esperando por alguien como vos?
Las solteras deberían entender que cuando una mujer que se considera “amiga”, ha acudido a alguna de estas frases prefabricadas (u otras del estilo), lo hacen sin la menor mala intención, sino desde un lugar de no encontrar las palabras adecuadas ante la situación, tengamos en cuenta que una amiga es capaz de decir las cosas más ridículas con tal de levantar el ánimo a esa querida compañera de emociones que está con el corazón achicharrado.
Es re “cool” pensar que si uno estuviera en su lugar la llevaría con altura, gritando a los cuatro vientos: “¡Qué buena es la vida de soltera!” pero la verdad es que cuando estamos en esa situación sentimos que no es tan positivo, porque nos pesan cuestiones sociales y mandatos preconcebidos.
Podríamos (y, conste que estoy usando un potencial) hablar de un par de lo que podría llamarse “beneficios”:
1-Salir todas las noches y que nadie te espere en casa.
2- Fines de semana solamente para leer libros y que nadie nos hable... ¡PARAÍSO!
3- Comer el pote de helado entero y sin tener que compartir.
4- Poder mirar tranquila la última película romántica-mega-cursi del verano.
5- Nadie te dice que estás gorda.
6- Poder usar la ropa interior que tengamos ganas (incluso esa bombacha gigante que nadie confiesa tener, pero que escondemos todas).
La envidia silenciosa de las casadas
Una vez que dejaste el título de novia, y pasas al de “casada”, la cosa cambia.
En todos los grupos de amigas tenemos a la “soltera-no casada”. Ella tienen esa invaluable libertad de no estar “atada” a nadie. Trabaja y no tiene que compartir ganancias con nadie; tiene la libertad de decidir cuándo salir de viaje y al lugar que se le ocurra ¡y sin tener que dar explicaciones!
Y gastar (o malgastar) sin control, sin caras de reproches, incluso hasta gastar una pequeña fortuna en un collar de caracoles en la playa que obviamente nunca pero nunca va a usar, solo por el placer de recordar la cara de guanaco recién esquilado que estaría poniendo su ex de estar presenciando ese momento.
Sentarse en la barra de un bar en algún sitio cualquiera, y pedir una margarita... y dos y tres. Y pensar sin cargos de conciencia: “Mmm qué bueno que está el barman: (y en forma totalmente descarada preguntar): ¡Hola joven y apuesto barman!, creo que no nos han presentado...”
Definitivamente son dos claros ejemplos de “libertades” poco tenidas en cuenta a la hora de empezar con la cantaleta de la soledad.
Diferentes tipos de solteras
Primer grupo: las que llevan un cartel de: “necesito encontrar” esa persona ideal a como dé lugar. A veces puede reconocerse como un halo potente y pegajoso que las acompaña en el andar. Aclaremos las cosas: hemos pasado los treinta, algunas suman más de treinta y cinco y el reloj biológico es proporcional a la necesidad de un cálido abrazo en invierno, es inevitable, totalmente entendible y sinceramente real.
Segundo grupo: las que llevan el vestido de novia doblado en la cartera: en la primera cita, luego de un poco más de dos horas de entretenida superflua conversación, mandan un mensaje de texto a familiares y amigos anunciando formalmente el compromiso con su total desconocido “blind date” pero que repentinamente se ha transformado en el príncipe azul, que ha venido en su caballo a rescatarlas de todos los males aburridos que azotan la vida cotidiana de esta mujer desesperada.
Tercer grupo: la que ama su estado civil y lo lleva con orgullo y altura. Por supuesto tiene la personalidad suficiente para haber descubierto por sí misma los claros beneficios que pasaremos a describir a continuación:
La realidad
La realidad indica que los príncipes azules ya no existen ni en los cuentos. Ni siquiera en Disney sino miren a la pobre “Tangled” que su “enamorado” ¡es un ladrón!. Sí, bueno, entiendo, el joven se retracta de sus malos modales y cambia por ¿¡AMOR!? (no sé si estamos de acuerdo que un hombre puede cambiar, menos por amor).
Pero para la mirada femenina es obvio: ¿Cómo no vamos a estar todas desesperadas por hombres perfectos si desde niñas no hemos visto más que historias amorosas con caballeros perfectos que no se encuentran en ningún lado más que en los libros, o “movies”?
Sí chicas, hemos crecido en una mentira….
Ésta es la era en la que los príncipes se han convertido en sapos y tenemos que besarlos a todos para poder encontrar el que nos mejor nos calce (esa idea de besarlos a todos creo sí les gustó).
Pero de todas las actitudes que puede tomar una mujer desesperada, frente a la brutal resignación, el oscuro pozo de abandono y la depre golpean la puerta.
Ante la imposibilidad y tremenda cantidad de intentos frustrados, ante las miles de horas tiradas en una cama malgastando lágrimas de desconsuelo, estas chicas, han decidido no seguir conociendo cretinos. Ya ni siquiera eligen hombres de una noche, ni galanteos momentáneos, incluso frente a piropos cotidianos, surgen caras serias y malhumoradas. Ladran, alejan, se resienten, se dejan.
Un odio inimaginable y creciente apoderándose de todo su ser. Amargura constante.
Este tipo de amigas pasarán los fines de semana encerradas mirando en la tele alguna de esas pelis románticas de las que hablamos hace un rato, frente a un bowl de pochoclo (pororó, popcorn o como lo llamen) de microondas lleno de manteca, sin un plan mejor que el de engordar y llenarse de granos.
Con suerte conseguirán un “Corín Tellado” y suspirarán por todo lo que no han sido capaces de conseguir. Alguna que otra vez, con muchísima mala onda cuidaran hijos ajenos de amigas “felizmente” casadas, para luego tener la posibilidad de variar de tema en la queja semanal: la soledad y lo pesado que es cuidar hijos ajenos.
La tristeza personificada; la por todos conocida: solterona.
No seré feliz pero tengo marido
El título de la novela de la argentina Viviana Gómez Thorpe lleva a la reflexión.
¿Hay una fuerte presión social en la forma de llevar la soltería?
¿Es común ver a la familia, vecinos, amigos, conocidos, las amigas de la vecina y sus hijas, incluso las amigas, todos en conjunto señalando a las solteras cómo que padecieran una terrible y contagiosa enfermedad?.
¿Son blanco de comentarios chismosos, incluso malintencionados?
¿Es acaso parte del éxito casarte y tener hijos a una edad “socialmente” estipulada?
¿Hay alguien capaz de garantizar un futuro perfecto a una mujer que cumple con las normas a rajatabla?
Una vez escuché un comentario acerca de la mirada inquisidora y lastimosa que había recibido una soltera por parte de amigas (“felices”) a las que no veía hace tiempo: relataba que el único tema que habían querido hablar con ella tenía que ver con un potencial novio o pareja, amigo o lo que fuere, pero un hombre al fin. A esta chica sus amigas no le preguntaron por su salud, ni por su trabajo, ni siquiera un: -¿estás bien?. La exclusiva forma de bienestar general de su amiga estaba relacionado con la idea de tener una cama doble compartida.
¿Llegará el sexo femenino un día a entender que la verdad revelada acerca de la felicidad no tiene que ver con tener un hombre al lado? ¿Será acaso esto verdad? ¿Es acaso lo único que necesitamos para tener constantemente una sonrisa en el rostro, un representante del sexo masculino (o femenino) metido en la casa?
¿Llegará un día en el que las mujeres sientan que no hay hombre en el mundo que garantice la felicidad?
¿O es que tristemente debemos resignarnos a la premisa universal de que solamente un hombre es capaz de darle a la mujer ese bienestar que necesita?
Cuántos planteos sin respuestas...
Hay mujeres casadas con hijos y un marido con el que no hablan hace siglos (de tocarse ni hablar), que tienen el tupé de mirarte con pena lamentándose de la poca suerte que tuviste (¡vos!) al no haber sido capaz de conseguir un matrimonio “feliz” como el de ella. Pongamos las cartas sobre la mesa: este mundo está tan lleno de mujeres hipócritas como de solteras. La felicidad tiene cara de todas esas cosas que nos encanta hacer y que no nos damos cuenta cuánto valen hasta que no se las pierde.
Una mujer sola tiene la cama entera para dormir despatarrada. Y los fines de semana despertarse al medio día, ir a yoga, o salir a caminar, darse baños de inmersión, permitirse un desorden del que nadie se va a quejar por más que la ropa esté tirada por semanas. El tiempo del mundo para ir a la manicura, también hacerse los pies y pasar por la peluquería, tomar un cafecito al sol mientras charla con otras amigas (también solteras) sobre la inmortalidad del cangrejo, total, ninguna tiene horarios ni obligaciones que mantener en el hogar. Esas pequeñas ventajas que las casadas con hijos extrañan y que incluso sueñan en silencio recordando esos placeres propios de la libertad perdida. La otra cara de la moneda, muestra al pajarito de la envidia volando sobre la lista interminable de cosas que quedan por hacer en el día de una casada.
Mujeres vs Felicidad
Una cosa está clara: si una mujer comparte la cama con un hombre, una mujer, un perro o un gato, es un tema que no le compete a nadie más que a ella misma. Por lo general alguien es considerada soltera cuando la edad políticamente correcta para casarse ha pasado, lo que esperamos que algún día sí pase, es que la nuez cerebral de la gente que piensa que esto es correcto, termine de germinar y se transforme en un árbol lleno de frondosas ramas que conlleve a una apertura mental. Nadie tiene comprada la felicidad. Ni siquiera vistiéndose de blanco y llegando al altar del brazo del padre que, con lágrimas de orgullo paternal, entrega a la virginal doncella en brazos de su amado con quien vivirá feliz el resto de su vida.
No amigas, la única realización personal va más allá de eso, no depende simplemente de encontrar la media naranja, la felicidad está en el alma, en sentirse bien con uno mismo y aceptar lo que ha encontrado o lo que no. Se puede ser tan infeliz frente a la idea de estar solo como ante la posibilidad de pasarse la vida con alguien que uno no ama, (solamente por no estar solo, o porque es políticamente correcto estar acompañada)
¿Acaso no estarías igual de sola durmiendo con un “extraño” después de tres años de infeliz matrimonio?
De la misma forma que existen esas “tocadas por una varita mágica” que han encontrado la persona ideal para compartir su vida, hay mujeres exitosas en una vida elegida para pasarla con quien mejor uno se siente: uno mismo. De todas formas, para las que siguen con la idea fija de encontrar un caballero que les caliente la cama.., pidan la bendición de San Antonio y si quieren pidan a sus amigas que las acompañen al unísono: “Pedile a San Antonio que te mande un novio, todos los domingos todos los domingos”.
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